El Reino de Marruecos ha sufrido en los últimos años una transformación que cualquiera que lo visite hoy puede comprobar, como hemos hecho los participantes en el rallye “Explorers Classics” a lo largo de 2.200 kilómetros por el país norteafricano, en un recorrido de norte a sur y de este a oeste, de Gibraltar al Sáhara y del desierto al Atlántico, cruzando las profundas gargantas del Atlas y trepando sus agrestes picos.
Capitaneados por Esteban “Napoleón” Aguirre, al mando de un enorme Cadillac granate, la expedición partió de Tarifa el 3 de octubre en un barco que nos llevó a Tánger, desde donde, tras los trámites aduaneros, la caravana de siete longevos autos –un Escarabajo, dos Mercedes, un Corvette, un Jaguar, pintoresco Lomas y el citado Cádillac- partió hacia la bellísima ciudad costera de Asilah, en una excursión corta pero excitante.
Tánger es probablemente la más europea de las ciudades marroquíes con una magnífica playa urbana escoltada de hermosos y modernos edificios, amplias y limpias calles bordeadas de árboles y gente vestida casi siempre a la europea.
El recorrido hasta el cabo Espartel, bordeando los inmensos jardines de un supuesto palacio real, nos da la primera pista sobre el reciente salto adelante del país: el parque móvil se ha modernizado de tal forma que podríamos estar circulando por Málaga o cualquier otra ciudad española.
Aparcamos los coches en una estratégica curva de la costa y los desocupados tangerinos –es sábado- paran sus autos y se quedan ojipláticos al admirar los clásicos, entre los que el Lomas descapotable verde de José Luis “Magno” Marco, aragonés de pro, es el objeto de todos los deseos.
La llegada a Asilah, después de 50 kilómetros de una carretera de costa bordeada de nuevas urbanizaciones turísticas, nos da otra pista sobre el reciente desarrollo del Reino alahuí: el modesto y refinado restaurante García, cita obligada de los españoles y de todos los gourmets, se ha convertido en un amplio hotel de cuatro plantas donde nos sirvieron una variada cena, marisco incluido.
Pero, realmente, el viaje comenzó al día siguiente. Una ruta de más de 400 kilómetros hasta Azrou, con visita a las ruinas romanas de Volubilis, y las ciudades de Meknes y Ifrane, cruzando los inmensos bosques de eucaliptos, robles y cedros del norte marroquí, que hacen trizas el extendido tópico de un Marruecos desértico y yermo.
Y ya es hora de presentar a los participantes en esta divertida aventura.
Al “boss” Aguirre acompañaban en el Cadillac su esposa Zaynab discreta reina del fondo común y administradora eficaz, además de la pareja colombiana formada por Cristina y Roberto, emperadores de Manizales, divertidos viajeros y curiosos observadores.
Angel “cuentacuentos” y su esposa Toñi en el Jaguar; Vicente y su Maribel en el Corvette; Rigo y Ana en el Escarabajo californiano; Jota Jota y Ana en un Mercedes descapotable; José Luis y la leve Carmelilla en el Lomas y Pedro y el escribidor de este reportaje a bordo de un Mercedes de oscuro pasado como taxi berlinés, completaban la caravana.
Mención aparte merecen Marichu y Alberto, quienes pilotando un todoterreno con remolque, fueron nuestros ángeles de la guarda, siempre al quite de cualquier percance y proveedores de todo tipo de elementos mecánicos de urgencia.
Del infierno de las ruinas romanas Volubilis, que algunos valientes patearon piedra a piedra, el instinto de conservación del Jefe Aguirre nos llevó a una deliciosa fuente de dos caños –que Jota Jota bautizó como “Fuente de los Gatos”- situada en una ladera con pequeños bancales plantados de higueras, a cuya sombra comimos, bebimos y descansamos rodeados de felinos.
Partimos después hacia Meknes y cruzando inmensos bosques y extensas estepas desérticas –salvo alguna solitaria jaima- llegamos a Ifrane, una auténtica ciudad jardín, y finalmente a Azrou, donde nos esperaba el mejor hotel del viaje y probablemente la mejor cena.
El viejo cedro Gorou, un gigantesco ejemplar seco pero orgullosamente erguido y protegido por simios autóctonos, fue la siguiente parada de nuestro viaje que continuó por Midelt hasta llegar al valle del Ziz, río que riega el millón de palmeras que afirman y protegen el suelo de su cauce.
Admiramos el inmenso pantano de aguas azules sin el cual ningún desarrollo sería posible en este inmenso desierto y llegamos a Erfoud donde nos espera el Xaluca, el hotel que ha señalado el camino del turismo en el sur de Marruecos.
Una nueva pista sobre el “salto adelante” de la economía alahuita: las miles de bicicletas y burros cargados de hombres y mercancías que hace unos años dificultaban la circulación por las carreteras han disminuido drásticamente y han sido en muchos casos sustituidos por modernos motocarros de origen asiático.
Erfoud es la historia de un espejo con mala suerte, ciudad vecina de otra llamada Rissani, sede de una optimista Asociación para el Fomento del Optimismo, y puerta de entrada a las dunas de Erg Chebbi a las que los más valientes de la expedición “Explorers Classics” subieron en dromedarios, nobles, lentos, seguros.
Noche en el hotel Tombouctou al pie de las dunas para descansar antes de acometer la, a mi juicio, más interesante de las jornadas de este fascinante viaje, cruzando las gargantas de Amellago y Todra, dos profundos cortes en las montañas del Atlas que parecen realizados con un formidable alfanje blandido por un implacable dios para abrir paso a los ríos y a través de ellos a los hombres.
Un accidentado viaje en el que los coches se pusieron a prueba cruzando hasta ocho caudalosos vados, en los que el personal tuvo que arremangarse y empujar, sobre todo al escarabajo de Rigo, un auto de vocación californiana enemigo de agua.
La Seguridad Social debería incluir entre sus prestaciones un recorrido turístico primaveral por los valles del Dades y de las Rosas y por el palmeral de Skoura –un millón de árboles ahora en plena cosecha de dátiles-. Esta excursión mejoraría la salud y el humor de sus afiliados.
Encantador el hotel Ksar Ighnda, que nos recibió con un estupendo grupo folclórico, un delicioso té con pastas y un vendaval que hizo temblar el riad hasta los cimientos y limpió el aire para regalarnos un amanecer con una luna recién esculpida.
Y cruzamos una vez más el Atlas por el puerto de Tizi N’Tichka, una carretera que en poco tiempo nadie reconocerá pues en su vertiente oeste se están moviendo millones de toneladas de tierra y roca para eliminar curvas y mejorar un tramo de varios kilómetros. Otro buen síntoma de la transformación del país.
Y por fin llegamos a la “ciudad roja”. Marrakesh es la plaza de Jemaa Fna, es el zoco, la medina, la Koutoubia; los grandes parques y jardines, las amplias avenidas y, sobre todo, las compras: quien visita Marrakesh se ve de pronto dominado por un furor obsesivo por comprar, no importa qué, al mejor precio posible tras un regateo irracional con el astuto aborigen.
Para que 18 personas, empotradas en ocho coches, en un viaje de nueve días a lo largo de más de 2.000 kilómetros por un país a veces inhóspito, se lo pasen bien y sean felices todo el mundo tiene que poner de su parte y preocuparse del compañero.
En este viaje sobró buen humor –y malos chistes, todo hay que decirlo-, ganas de agradar al “compa” y solidaridad, se creó un grupo divertido y amable que ojalá vuelva a reunirse pronto, esta vez en La Rioja.
Pedro “fusibles” de Castro tiene la palabra, y sabe que cuenta conmigo.
Logroño, 17 octubre 2015