ETAPA 7 - 09/10/2015

AIT BENHADDOU – VALLE DE ASSIF OUNILA - TELOUET – TIZI N’TICHKA – MARRAKECH

El destino del día era la ciudad roja: Marrakech.

La caravana de Explorers Classics se puso en marcha a primera hora de la mañana dirección a Telouet. La sencilla carretera hasta esa localidad transcurre ascendiendo a lo largo del fértil Valle de Ounila, en el que los ocres y rojizos de la tierra destacan en todas sus tonalidades, tanto en las laderas de sus montañas como en las múltiples aldeas bereberes y kasbahs que se encuentran a su paso durante el recorrido. Allí el verde de la vegetación, en contraste con los colores de la tierra, parece aún más vivo e intenso. Las despobladas laderas de tierra roja y blanca, ya que es zona de antiguas minas de sal, parecían pintadas verticalmente con acuarelas, mostrándose espectaculares al paso de los coches, que avanzaban sin prisa, pero sin pausa.

Llegando a Telouet salió al paso de la caravana la vida cotidiana de su población: mujeres con burros cargados de leña, hombres trabajando sus cultivos y niños preparados para ir a la escuela eran habituales en los márgenes de la carretera. Todos y cada uno de ellos observaban admirados el paso de los coches de Explorers Classics, sonriendo y saludando enérgicamente.

A partir de Telouet la carretera asciende hacia el paso del Tizi N’Telouet con una belleza extraordinaria. Se intuía que tiempo atrás hubo asfalto en su recorrido, aunque perduran inalterables las señales de tráfico de “prohibido adelantar”. Las aldeas bereberes salpicadas y los pequeños campos de labranza escalonados en las laderas de la montaña, hacían fácil imaginarse lo dura que debe ser la vida para sus habitantes, en los que la altitud,  la naturaleza y las temperaturas extremas deben marcar su día a día. Es entendible el contraste de las innumerables parabólicas que encuentras en las casas, por muy recónditas que se encuentren.

Finalmente, los coches alcanzaron la cima, llegando al Tizi’nTichka. El revuelo provocado por turistas admirando los coches, junto al tradicional acoso de los vendedores de sus tiendas, hicieron que se optara por un té en la terraza superior del bar, en el que no sólo había tranquilidad, sino que ofrecía unas maravillosas vistas del Alto Atlas.

Tras la parada en el Tizi n’Tichka, comenzó el descenso por el puerto. El tráfico de camiones y las obras de mejora y ampliación que se están realizando, marcaron el ritmo de la ruta hasta Marrakech.

El trayecto hasta el hotel Les Idrissies, en plena Avenida de Mohamed VI, también causó expectación entre transeúntes y conductores de Marrakech. La comida fue en el hotel, y posteriormente, tras un pequeño descanso, se puso rumbo a la plaza de Jemaa Le Fna, lugar de visita casi obligada si se está en Marrakech. Los más atrevidos optaron por ir en calesa, que pese a parecer un tópico turístico, cierto es que resulta muy agradable y entretenido, con un coste razonable. El resto en taxi, que por fin han establecido tarifas oficiales, siendo el coste del trayecto un fijo de 50 dh (5 euros aprox.), lo que evitó el tradicional regateo con el taxista.

En la plaza, no faltaron ni el tradicional zumo de naranja, ni los fabulosos frutos secos, en especial los dátiles, que allí tienen un sabor especial, quizás por el ambiente. También abundaban los higos chumbos, por ser época de su cosecha, que aunque sólo fuera por curiosidad, casi todos probaron.

Si algo prima sobre todas las cosas en esa plaza, es el paseo por el zoco y las inevitables compras. Los sentidos se disparan nada más entrar, activándose al máximo de sus posibilidades para ser capaces de procesar todo lo que ven, y distinguir la infinidad de olores y sonidos que allí concurren, algo imposible.

Tras las compras, entre ellas un cinturón de cuero de dos metros (que era para el capó del Lomax, y no para una persona muy gruesa, como pensó el vendedor en un principio, y que causó la risa generalizada), esperaba una cena reservada en un restaurante con espectáculo, al que esta vez todos fueron en calesa, ya que hacía una noche fabulosa.

Casualmente en el restaurante esa noche actuaba un cantante colombiano, que al descubrir a un grupo de españoles y colombianos, hizo bailar a todos hasta la saciedad, en lo que se transformó en una gran fiesta latina, con pinceladas marroquíes, que duró hasta altas horas de la noche, y puso fin a la jornada.

 

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